CORRUPCIÓN ENDÉMICA, CRISIS ECONÓMICA Y DEGENERACIÓN MORAL.

Si miramos retrospectivamente podemos contemplar que en cuestión de muy pocos años han dado la vuelta a nuestras vidas como se le da la vuelta a un calcetín. 

Nos han hecho comulgar con ruedas de molino, hemos tragado y seguimos tragando; todo, eso sí: 
¡por mor del “progresismo”, de la “modernidad”! 

Vivimos bajo una ideología perversa que nos apremia y apura. La presión es cada vez más insoportable: calentólogos, feminazis, ecologistas nefastos para nuestros paisajes; animalistas fuera de la realidad –pretenden que tratemos a los animales de granja como si fueran mascotas - izquierdistas y todo tipo de “istas” que, de un tiempo a esta parte amedrentan, atenazan e intimidan a la sociedad. Sin duda alguna estamos, “en manos de los peores en el peor momento”.

¿Cómo hemos llegado a la situación actual? ¿Somos de verdad conscientes del embrollo y del laberinto donde, poco a poco nos han ido precipitando los políticos que mantenemos a cuerpo de rey? ¿Alguien se ha puesto a contar la cantidad de leyes que se han legislado para hacernos la existencia cada día más difícil, más complicada, más cara y, sobre todo, más irrespirable? 

De modo continuo coartan nuestras libertades; lo mismo nos encierran inconstitucionalmente, que asistimos al proyecto de querer estabularnos en guetos de “quince minutos” con la intención de tenernos perfectamente controlados. Siembran inquietud e insisten en aumentar, mediante una propaganda infame, el complejo de culpabilidad ciudadana ante cualquier desastre natural que ocurre en el planeta. 

Se reúnen en Davos unos líderes que toman nota de las instrucciones que reciben de personajes oscuros no elegidos democráticamente y, que, después, como perros fieles las trasladan a sus ciudadanos sin analizar si toda esa serie de medidas, criterios y teorías, sirven para ofrecer una vida mejor o resolver los problemas que nos acucian y agobian. 

Nos están robando la libertad de una forma descarada y, encima, nos hacen pechar con el remordimiento de que estamos contaminando, destruyendo o cambiando el clima del planeta. Toda una sarta de mentiras que van en contra de la ciencia y de la misma historia de la geología. 

Uno de sus planes insta a reducir al mínimo la ganadería, la agricultura y la pesca, para obligarnos a comer bazofia inmunda en forma de gusanos y demás basura. Para lograrlo, la propaganda ahora está siendo subliminal, somera; después será frecuente, más tarde machacona, no sólo en forma de promociones y anuncios, sino de conferencias, documentales, publicaciones, ponencias, tertulias en radios y tvs, donde ensalzarán la excelencia fantástica y prodigiosa de comer asquerosidades. No darán tregua. Todo ello acompañado de las soflamas de sus lacayos que predicarán las excelencias de sus planes. 

A los ganaderos y agricultores arruinados se les ofrecerá - mediante subvenciones - que transformen sus negocios y conviertan los establos en gusaneras para la alimentación, ¿humana? 

Ahora nos quieren contar que, después de más de 200.000 mil años de la presencia del hombre sobre la tierra, durante los cuales se ha ido mejorando permanentemente la alimentación a base de experiencia y de selección, todo estaba mal y equivocado.

Con una alimentación deficiente y tóxica unida a la ingeniería social en contra de la vida que promueve el aborto, la eutanasia y cualquier tipo de manifestación o lobby que impida o dificulte la reproducción humana, los índices de vida descenderán a niveles semejantes a la época de la Edad Media. 

Por si toda esta pesadilla no bastara, nuestra democracia se ha convertido en un puzle desordenado, un collage donde pugnan por estar en primera fila toda clase de arribistas llegados a la política simplemente para medrar y, que, dada su escasa formación y nulo compromiso moral y ético, son capaces de perpetrar y proferir las mayores barbaridades, villanías, descocos, groserías e impudicias, pues al parecer, esas conductas se consideran señas de identidad auténticas de “progreso”. 

Estamos instalados en una decadencia social profunda e intensa con una tríada característica: corrupción endémica, crisis económica y degeneración moral.

Con ser graves las tres, la corrupción es sin duda la más dañina al ser responsable de las otras dos, los ejemplos se ven a diario y son escandalosos, no sólo entre la clase política - origen de la misma - sino que se ha trasladado a todos los estamentos y se ha infiltrado como un cáncer en todas las capas sociales: deportes, asociaciones, jerarquías oficiales, particulares y un largo etc.

La ciudadanía en general - respecto a la solución de estos casos - es escéptica al barruntar de antemano que si el escándalo afecta a políticos - sobre todo si son de izquierdas – se irá quedando en agua de borrajas. Se constata que cualquier disculpa valdrá para dar tiempo suficiente a que destruyan, pierdan o disimulen las pruebas que les incriminan. Los expedientes se eternizarán en los juzgados y, gota a gota, irán prescribiendo muchos casos y, en caso de condena, jamás se devolverá lo robado. 

No es alarmismo, o se rectifican de verdad estos asuntos, dejando aparte las cuestiones personales entre los partidos de la oposición, o nos convertimos en una profunda dictadura al modo argentino. 

Llevan años sonando insistentemente las alarmas y avisan de que están fallando todos los controles. Se han desbordado las barreras legales que existen para prevenir estos delitos. Nuestra democracia se ha convertido en una filfa cuando, en vez de controlar el pueblo al poder – esencia de la misma - es el poder, con todos los resortes a su servicio, el que de modo omnímodo controla a los ciudadanos y entra hasta en los detalles más pequeños e íntimos de sus vidas, con la intención de controlarlos.

El partido o los partidos que, en un futuro ojalá próximo, entren a gobernar, no sólo tendrán que subsanar la economía hundida, sino que deberán acometer, de forma prioritaria, el desguace pieza a pieza y ladrillo a ladrillo, del bunker totalitario que se ha ido montando desde Zapatero, pasando por el tiempo muerto que significó la época de Rajoy, y terminando por el Fake monclovita, responsable absoluto de todas las tribulaciones que vivimos.

Es imprescindible un líder con madera de estadista y con la suficiente claridad de ideas que se niegue, desde el primer momento, al cambalache en la elección de los jueces, ciñéndose a lo expresado por la Constitución antes de la reforma de 1985.

De la misma manera el cambio debe voltear todas las concepciones, amorales y estúpidas, que el fanatismo de ecologistas y calentólogos han estado inculcando entre la población.